Vinculación emocional: Pondremos énfasis en la  creación de un vínculo de confianza entre el terapeuta y el paciente. A través de la música, el terapeuta tiene la oportunidad de conectar emocionalmente con el paciente, ayudándole a expresar sentimientos que pueden ser difíciles de verbalizar. Esta relación permite una comunicación no verbal y fomenta la apertura emocional.

Empatía y atención al paciente: En este enfoque, el terapeuta debe ser extremadamente empático y estar muy atento a las necesidades del paciente. A través de la música, se puede identificar el estado emocional del paciente, sus bloqueos o sus avances. La música se adapta al ritmo y las necesidades del paciente, lo que refuerza el sentido de validación y apoyo.

Presencia activa del terapeuta: El terapeuta  no solo facilita la música, sino que también se involucra activamente en el proceso. Esto significa que el terapeuta puede tocar instrumentos, improvisar con el paciente, o dirigir actividades musicales que fomenten la expresión emocional, el juego y la interacción. Este papel activo favorece una relación de colaboración.

La música como un lenguaje común: la música se utiliza como un lenguaje que va más allá de las palabras. La interacción musical facilita que el paciente pueda expresar su mundo interno de manera más libre y fluida. El terapeuta, al mismo tiempo, puede “leer” estas expresiones musicales, lo que le permite comprender las necesidades emocionales y psicológicas del paciente.

Transformación y sanación: El proceso de la relación terapéutica en el método de Prestley se centra en el proceso de transformación emocional del paciente. A través de la música, el paciente puede explorar y liberar emociones reprimidas, enfrentar traumas, mejorar su autoestima y fomentar su autorregulación emocional. El terapeuta, en su rol de facilitador, debe ofrecer un espacio seguro y contenedor donde el paciente pueda explorar estas emociones.